Centrémonos en la comunicación y no en la desinformación.
Esta página de opinión ha sido enviada sin éxito a un buen número de publicaciones. Hay una necesidad profunda de mantener esta conversación y cada vez me siento más frustrada por la falta de acción y/o de una comunidad que comparta esta preocupación. Así que son ustedes la audiencia afortunada que va a recibir este contenido en su buzón de entrada; un formato algo diferente del habitual en los artículos de YLE. Imagine que está leyendo el Washington Post.
Una nueva ley presentada en el Congreso hace un llamamiento para que el gobierno de los EE.UU se enfoque en combatir la desinformación. El “borrador inicial” de un tratado internacional sobre pandemias pide lo mismo a los estados miembros. También la FDA se está centrando en la desinformación. Hay multitud de webinars dedicados a la lucha contra la desinformación para construir confianza. Incluso las bibliotecas públicas y las escuelas se han incorporado a la lucha contra las noticias falsas.
Todos estos esfuerzos son parte de una ola de iniciativas hechas por una buena razón. Las redes sociales están inundadas por mensajes engañosos, imprecisos y a veces malvados sobre la ciencia y la salud. A menudo, estas falsedades ganan terreno. Los investigadores han encontrado que, en este ecosistema moderno de información, las noticias falsas se extienden seis veces más rápido, más ampliamente y a más gente que la verdad.
La salud pública no ha sabido seguir el ritmo
El campo de la salud pública ha tenido problemas para comunicarse de manera efectiva en tiempos de crisis. Durante la pandemia, la falta de comunicación o una comunicación ineficaz del riesgo dejaron a la gente peleando por encontrar información actualizada y relevante para poder tomar decisiones en torno a su salud y seguridad. (De ahí que naciera YLE). Al mismo tiempo los fabricantes de informaciones falsas trabajaban sin descanso sembrando dudas y confusión. En conjunto, todos estos obstáculos dieron lugar a un escenario difícil de navegar para las personas de a pie, complicando la toma de decisiones en su vida diaria, por ejemplo si, o cuándo llevar mascarillas, viajar, visitar a personas mayores o asistir a una fiesta.
Entretanto, investigadores y expertos en política siguen produciendo un montón de propuestas para prevenir la próxima pandemia. Con demasiada frecuencia, estas propuestas no incluyen la palabra “comunicación”. ¿De qué sirve desarrollar una vacuna rápidamente si la aceptación es baja? Si nadie se dedica a anticipar los problemas, a hablar con la gente de a pie, y de contestar a todas sus preguntas y preocupaciones desde un lugar de empatía y autenticidad, ¿cómo vamos a influir su capacidad de decisión basada en la evidencia?
Vamos por mal camino.
La fuente de desinformación es eficazmente infinita comparada con los escasos recursos de la salud pública. Es poco probable que nos adelantemos jamás a su aluvión. Aunque hay otra manera de seguir avanzando: enfocarnos en organizarnos mejor mejorando las comunicaciones clave.
La comunicación debería ser una herramienta de cada plan de preparación y respuesta a una pandemia, con el mismo propósito serio que el desarrollo de una vacuna o una prueba diagnóstica. Apoyar a la gente con información al alcance, inmediata, relevante y detallada ayudará a restablecer la confianza en la salud pública y solucionar las debilidades de un sistema que empuja a la gente a recurrir a la desinformación en primer lugar.
Los mayores problemas en la información de salud pública son la puntualidad, la oportunidad y el volumen de información. Los mensajes son lentos y muy escasos para satisfacer las necesidades del público. Las organizaciones de salud pública y los funcionarios públicos deben acostumbrarse a comunicarse de forma rápida, continua y con empatía. Para muchas organizaciones, esto implica la necesidad de aumentar (o crear) la plantilla dedicada a comunicación. Todo funcionario en salud pública debe reconocer que comunicarse con el público es parte de su misión y la energía y dedicación puestas en ello deben reflejarlo así. Además los procesos de autorización para los distintos tipos de comunicación deben reducirse drásticamente. Estos procesos de autorización son pesados y pueden disuadir de que se comunique con frecuencia, minando involuntariamente la comunicación de mensajes clave.
Una vez que se establecen los sistemas y la plantilla necesarias, otro aspecto crítico es el contenido de lo que se va a comunicar. La comunicación en situaciones de crisis debería estar únicamente al servicio del público, y no de quién comunica. Es decir, los mensajes no se deben enfocar en cuánto se está haciendo por parte de las entidades responsables, o si la situación está bajo control. El objetivo correcto de la comunicación es decirle a la gente, de forma clara y honesta, qué está pasando, qué riesgos enfrentan, y lo que deberían hacer para mantenerse a sí mismos y a sus familias a salvo. Muchos pasos en falso se pueden evitar simplemente reconociendo la incertidumbre: ¿qué sabemos? ¿qué no sabemos? ¿cómo estamos tratando de encontrar respuestas?
La traducción del conocimiento debe producirse también desde la empatía. La gente no busca las noticias en las empresas de comunicación. Escuchan a reporteros y presentadores a quién conocen y en quién confían–gente real con quién se identifican y a quién ven de forma continua. En salud pública, no permitimos que la gente vea y confíe en personas reales dedicadas a este campo, y que sean, preferiblemente, los que de forma habitual cuenten esta información, con un estilo cercano, humano.
Estos retos no solo ocurren en una pandemia. Tenemos emergencias de salud todo el tiempo, desde el brote de viruela del mono hasta el terremoto de Turquía o el descarrilamiento del tren en East Palestine, Ohio. La gente tiene hambre de buena información, y esto lleva a una ansiedad, confusión y frustración innecesarias. Ese vacío se llena frecuentemente con desinformación. De aquí en adelante, la salud pública debería redoblar el apoyo a una comunicación frecuente y fiable durante estas crisis—en vez de tratar de combatir el torrente de desinformación.
En resumidas cuentas
Es poco probable que la salud pública “gane” la batalla de la desinformación, por lo menos a corto plazo. Ganamos cuando conseguimos la atención y la confianza del público, y eso se hace comunicándose de forma honesta, frecuente y directa. No debemos perder de vista esta misión. Y me temo que es una lección que aún no hemos aprendido.
Love, YLE y CR
Caitlin Rivers, PhD, MPH, es profesora adjunta y epidemióloga en el Centro para la Seguridad en la Salud de Johns Hopkins. Publica su propio blog Force of Infection:
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Su Epidemiólogo Local (YLE) está escrito por la Dra. Katelyn Jetelina, MPH, PhD— doctora en epidemiología y bioestadística, esposa y madre de dos niñas pequeñas. De día, trabaja en un comité de expertos en política sanitaria y es consultora para un número de organizaciones, incluyendo los CDC. Por las noches escribe este boletín informativo. Su objetivo principal es “traducir” la ciencia de salud pública, en constante evolución, para que las personas estén bien preparadas para tomar decisiones basadas en datos científicos. Este boletín informativo es gratis gracias al apoyo generoso de los miembros de la comunidad YLE. Para contribuir a este esfuerzo, por favor suscríbase aquí.