Mi fracaso absoluto para escribir sobre las implicaciones de salud pública de la guerra
Esta semana he escrito y reescrito un artículo para describir la compleja emergencia humanitaria, en desarrollo por los ataques de Hamás. Una crisis nefasta de salud pública, en el centro de la atención.
He escrito al menos una docena de borradores. He mantenido conversaciones con amigos, judíos y palestinos, que amablemente me han ofrecido sus comentarios constructivos. Me he quedado levantada hasta muy tarde muchas noches. Mi editora está a punto de retorcerme el cuello. Mis niñas no paran de llamar a la puerta de mi oficina.
Me rindo. Esta vez no me salen las cosas. Este asalto a la humanidad me está dejando sin palabras. Conseguir equilibrar emociones y matices complejos al tiempo que honrar a los que han muerto y a los que están sufriendo me deja paralizada.
Las palabras “crisis de salud pública” no hacen justicia a la oscuridad y el sufrimiento.
No hay palabras que hagan justicia. ¿Cómo pueden estas pocas palabras
describir el alcance de las vidas humanas perdidas en un ataque terrorista 10 veces mayor que el 11S?
representar el terror despiadado y brutal de Hamás que no solo retiene a 150 israelíes como rehenes, sino también a toda la población de Gaza?
dibujar el panorama de las condiciones de vida verdaderamente antihumanas, no solo ahora, sino abandonadas durante años?
reflejar la elección angustiosa de los trabajadores sanitarios entre quedarse con sus pacientes más vulnerables en el norte de Gaza o huir para salvar sus vidas? ¿Y su heroicidad al quedarse?
representar la (casi) certeza del sufrimiento continuo por brotes de distintos patógenos, el desplazamiento en masa de la población y el trauma por generaciones futuras?
respaldar la carga para la salud con datos si la “verdad” está enterrada en la infestación de desinformación?
Todos están perdiendo. Cada uno de los civiles, con corazón, está perdiendo a causa de este terror que está causando estragos físicos, emocionales y psicológicos. A nivel local y a miles de kilómetros de distancia. A corto y largo plazo.
Así que vuelvo a una lección clave que aprendí durante la pandemia: no siempre son palabras lo que se necesita. Escuchar. Conectar. Procesar. El espacio para sentir. Atisbos de esperanza. Eso es lo que se necesita.
Así que he dejado de lado ese artículo de YLE/Su Epidemiólogo Local y voy a hacer lo que pueda desde mi rol en salud pública, reconociendo que tengo el privilegio de hacerlo desde el otro lado del mundo. Y voy a terminar la semana con algo de esperanza: las negociaciones de esta semana han abierto las vías para la ayuda humanitaria.
¡Cuídense!
Con mucho cariño, Katelyn