Esta es la última publicación de esta miniserie que analiza la comunicación de salud pública en torno a las vacunas COVID, por qué se perdió la confianza y dónde se rompió la comunicación. Póngase al día con las tres primeras publicaciones: desinformación vs mala comunicación, gestión de expectativas y por qué avergonzar a los “antivacunas” resulta contraproducente.
Si habla con la gente de por qué perdieron la confianza en la salud pública durante la pandemia, hay un tema que surge una y otra vez: los mandatos. Para muchos, la elección no era simplemente entre vacunarse o ponerse enfermo, sino entre vacunarse o perder el trabajo.
Los valores fundamentales de muchas personas, como la libertad y la autonomía, se vieron directamente amenazados, por lo que rechazaron la información científica. No querían que se les impusiera una nueva vacuna, por lo que buscaron razones para decir que las vacunas no funcionaban o, peor aún, que eran peligrosas y estaban matando a miles de personas (un rumor). (Rumor que a día de hoy creen un tercio de los estadounidenses). Se combinaron el desacuerdo con las decisiones políticas (mandatos de vacunas) y el desacuerdo con los datos subyacentes (efectividad y seguridad de las vacunas).
Lamentablemente, desde la salud pública a menudo se cometió el mismo error en la dirección opuesta.
Debido a la fuerte evidencia de que más vacunaciones salvarían más vidas (y de que los mandatos aumentarían las tasas de vacunación y reducirían significativamente la presión asistencial sobre los sistemas de salud), los mandatos se enmarcaron como la opción científica objetivamente correcta, y aquellos que no estaban de acuerdo fueron etiquetados como “anticiencia”.
Pero las decisiones políticas no se basaban sólo en los datos, que estaban en constante cambio. En esas decisiones también había valores en juego. Decidir dónde está el término medio entre proteger a los vulnerables e infringir la autonomía individual es siempre una cuestión de criterio, no un “hecho” científico.
Problema número 1: confundir datos y valores
La autoridad de la ciencia proviene de su objetividad. Cuando un estudio está bien diseñado, los resultados no dependen de los científicos que realizaron el experimento. Es reproducible: un demócrata, un republicano, un cristiano, un ateo, un conservador o un liberal podrían realizar el mismo experimento y obtendrían el mismo resultado.
Si bien en la práctica la ciencia es imperfecta y complicada, cuando se hace bien, es lo más parecido que tenemos a la verdad objetiva sobre el mundo natural. Por eso la ciencia tiene tanta autoridad: no es sólo una cuestión de opinión, sino lo más cercano posible a la realidad objetiva.
La política es mucho más complicada. Como dice el artículo Ciencia 101 de la Universidad de California en Berkeley "la ciencia no te dice cómo utilizar el conocimiento científico". Las políticas basadas en la ciencia, si bien se basan en datos, no son puramente objetivas: son una combinación complicada de datos objetivos y de valores subjetivos, informadas tanto por datos como por ética, prioridades, recursos y cultura. Dos personas pueden estar de acuerdo en los datos, pero aún así estar en desacuerdo sobre qué decisiones tomar basándose en esos datos, porque tienen diferentes visiones del mundo y sistemas de valores que influyen en las decisiones.
Mezclar ciencia y políticas basadas en la ciencia erosiona la confianza
Cuando los juicios de valor, como “promover la salud pública es más importante que proteger la libertad individual” se presentan como una verdad objetiva, como la ciencia misma, la confianza en la “ciencia” recibe un gran golpe. Lamentablemente, esto sucedió con frecuencia durante la pandemia. Las decisiones políticas como los mandatos de mascarillas y de vacunas se presentaron como la opción científicamente “correcta”, sin reconocer los compromisos (carga económica, infracción de la autonomía personal) y los juicios de valor que en última instancia impulsaron la toma de decisiones (El bien colectivo es más importante que el individualismo.).
El método científico no puede responder preguntas de valor como ¿Qué es más importante, la vida o la libertad? No existe ningún experimento que responda de forma reproducible y objetiva a esta pregunta. Si decimos que la “ciencia” nos ha dado una respuesta, la gente con razón dirá que es una tontería.
Si los científicos mezclan sus valores, ética y opiniones con los datos y lo llaman "ciencia", el público verá la ciencia como una cuestión de opinión. Esto lleva a la gente a rechazar cosas a las que ciencia sí puede dar una respuesta, como los datos sobre cómo están funcionando de bien las vacunas.
Problema #2: la ciencia cambia
El virus iba mutando por lo que los datos científicos estaban en constante cambio. Datos como la disminución de la inmunidad a las vacunas y la inesperada llegada de Ómicron el Día de Acción de Gracias impulsaron la decisión de implementar los mandatos nacionales de vacunas en septiembre de 2021, algo que quedó desactualizado apenas unos meses después.
Ómicron nos pilló a todos por sorpresa y no es razonable esperar que la salud pública pudiera predecir el camino de una pandemia impredecible. Las decisiones de salud pública deben tomarse en tiempo real, con los datos a mano. Al mismo tiempo, la disminución de la inmunidad y el contagio extremo de Omicron significaron un cambio en los beneficios de la vacunación tras unos pocos meses, alterando el cálculo riesgo/beneficio que sustentaba los mandatos. Las vacunas seguían salvando miles de vidas, pero no eran tan buenas como mostraban los datos iniciales, especialmente en cuanto a la reducción del riesgo de infección.
Cómo hacerlo mejor la próxima vez
¿Fueron los mandatos de vacunas la decisión correcta? ¿la decisión equivocada?. Cada persona tendrá una respuesta diferente a esa pregunta, dependiendo de cómo sopesen la cantidad de vidas salvadas, los empleos perdidos, la capacidad de atención médica, la autoridad gubernamental, la confianza en la ciencia y muchos otros factores complicados.
La salud pública se encuentra en la intersección de ciencia y política, y ninguna decisión política va a complacer a todos. Mantener una confianza “perfecta” no es una meta que podamos alcanzar, e incorporar los valores es fundamental para guiar la toma de decisiones que afectarán a la vida de las personas. Sin embargo, en el futuro sí podemos cambiar la forma en que hablamos de esas decisiones y evitar errores de comunicación que erosionen innecesariamente la confianza:
Ser claro explicando qué son datos y qué son valores. Los científicos tienen opiniones y valores, y los expresan. Esto es especialmente cierto en el campo de la salud pública. PERO, es fundamental que tengamos muy claro lo que estamos haciendo: cuándo comunicamos hechos objetivos y cuándo superponemos nuestros valores a esos hechos. Para quienes realizan la importante labor de divulgación, dejen claro dónde terminan los datos y dónde comienzan las opiniones.
Las vidas importan y la autonomía importa. La vida y la libertad son valores fundamentales que la gran mayoría de los estadounidenses aprecian. Básicamente, nadie cuestiona la importancia de estos valores. Pero ¿cuándo sacrificamos el uno por el otro? Ahí es donde las cosas se complican y dónde diferentes sistemas de valores darán respuestas distintas.
Necesitamos mensajeros de confianza que se centren en los datos. Mucha gente quiere “sólo los hechos”, sin valores ni inclinaciones políticas superpuestas. Hay escasez de fuentes que proporcionen esto y necesitamos más personas de orígenes y antecedentes diversos para satisfacer esta necesidad.
Ser humildes cuando se trate de diferencias de valores. Todos pensamos que nuestros sistemas de valores son los correctos, pero no existe ninguna prueba científica que lo valide. Si bien podemos presentar argumentos éticos para defender nuestros puntos de vista, esto está separado de los hechos científicos.
Comunicar la incertidumbre científica. Mucha gente espera hechos establecidos en los “libros de texto”, no datos emergentes ni cambios en los datos científicos. No podemos esperar que los científicos sean clarividentes, pero podemos hacer todo lo posible para comunicar la incertidumbre en situaciones que evolucionan rápidamente.
En resumidas cuentas
Las políticas basadas en la ciencia son increíblemente importantes. Pero debemos tener claro qué parte son datos y cuándo nuestros valores se superponen a esos datos. La confusión entre ambos daña la confianza en la ciencia. Cuando llamamos “ciencia” a nuestras opiniones, el público verá el consenso científico apabullante como una cuestión de opinión.
Sinceramente, K.P.
Kristen Panthagani, MD, PhD, es médica residente y becaria de emergencias de Yale, y completa una beca de investigación y residencia en medicina de emergencia combinada que se centra en la alfabetización y la comunicación en salud. En su tiempo libre, es la creadora del blog médico You Can Know Things y autora de la sección de YLE sobre (mala) comunicación de salud. Puedes encontrarla en Threads, Instagram, o suscríbete a su sitio web aquí. Las opiniones expresadas pertenecen a KP, no a su empleador.
“Su epidemiólogo local (YLE)” es un boletín con un propósito: “traducir” la ciencia de la salud pública en constante evolución para que las personas estén bien equipadas para tomar decisiones basadas en evidencia. Este boletín es gratuito para todos, gracias al generoso apoyo de los miembros de la comunidad YLE. Para apoyar este esfuerzo, suscríbase a continuación: